domingo, 19 de abril de 2009

El Ombligo



Se miraba el ombligo, aquí y allá, redondito y profundo y como no tenía fin, no dejaba de observarlo. Le intrigaba de tal manera, que de mero pasatiempo terminó por convertirse en obsesión.
A veces era tal su angustia que sentía la necesidad de compartirlo, con nadie en especial... Levantaba entonces la camisa, bajaba recatadamente el pantalón y esperaba que alguien más se interesara por él.
Damas, caballeros, acercábanse a observar. Elevando vestimentas comparaban: nada igualable al ombligo expositor.

Qué le hacía tan especial, siendo como todos un recuerdo del nacimiento?
La persona que lo ostentaba no merecía ni tan siquiera dos miradas. Sin embargo, cuando alguien curioseaba dentro, perdíase en universo infinito.

Un día decidió averiguar el secreto que entrañaba.
Tras semanas de trabajo consiguió tal dilatación que introdujo dedos, puño, brazo, hombro... y se preparó.
Primero lanzó una piedrecilla, por comprobar la profundidad del orificio. Luego, cansado de esperar y acercar la oreja, tomó una cuerda, introdujo el cabo libre y deslizándose por ella se perdió en si mismo.