Son muchos los que temen los silencios, que no el silencio. Este último expresa por si mismo. Tiene entidad propia, causa, cuerpo... Denota lo que el emisor piensa, siente, o una situación gerúndica (pensando, sintiendo) consecuencia de algún agente exterior.
El silencio puede compartirse, disfrutarse. Los silencios no: son losas o morteros que anteceden a éstas.
No temo el silencio, ni siquiera en versión coral. Lo que me angustia son las pausas por su condición híbrida. Esos segundos, minutos u horas en que te agitas buscando el sonido, con una expectación y desesperación que acabalga pensamientos, tensa el cuerpo, agarrota el ánimo.
Las pausas no se pueden disfrutar, no dan calma a las miradas, y no existió jamás actor que transformara en sonrisa la mueca que se dibuja en los labios.
Sin embargo, hay pausas que incitan a pensar y pausas que incitan a pensar. Y aunque la construcción gramatical sea la misma, existe gran diferencia semántica entre ambas: tan real, tan palpable, como el peso o levedad que da intuir las palabras que llegarán luego.
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