jueves, 16 de octubre de 2008

El día-encuentro

Recuerdo al Tío Bolo siempre solo. En vacaciones de navidad, de verano, los fines de semana… solo. Entonces me daba pena: porque no entendía su apodo y por vivir en una casa grande sin compañía.

De pequeña me daba miedo. Alto, moreno y con barba.
De entrada nunca me besaba, lo cual agradecía. Y siempre me observaba, con una mirada larga y profunda, pero sin ojos… tuve que esperar a cumplir los 15 para verlos por primera vez: eran miel, eran grandes e inteligentes.
Decir que antes del “día-encuentro” nunca habíamos hablado, que no me abrazó, ni me besó, sería absurdo y falso. Debió hacerlo, como con mis hermanos y primos, pero no lo recuerdo.

Tenía entonces treinta y nueve años, era joven pero a mi me parecía un señor.
El pequeño de tres hermanos. Mi padre es el mayor aunque yo creía que era él. Supongo que el cariño nos hace atribuir valores que ensalzamos, a quienes queremos.
Aquel fin de semana de invierno (no recuerdo el mes) descubrí a Francisco, con una vida ajena a su papel de Tío Bolo.
Fue el domingo. Por fin volvíamos a casa y al despedirnos me dijo que esperase. No sé dónde se fueron mis padres, ni tampoco por qué en aquella escapada no estaban mis hermanos. No recuerdo más que la angustia, la de quedarme con un desconocido, en un silencio incómodo y la sospecha de peligro…
Cogió una bolsa de una silla y me la entregó. Entonces vi sus ojos, muy parecidos a los míos, y esa vez sí recuerdo que sonreía “Espero que te guste, llama y me cuentas”

Era un libro. Mi primer grande. Trataba de clases sociales, de la postguerra , de amor, amistad y sexo. Estaba usado, subrayado, con notas, era suyo…Me marcó, me abrió un poquito los ojos, la primera rendija, pero nunca le llamé, ni le conté.
Entre sus hojas encontré una carta. Así supe lo de su mujer e hijo. La leí unas cien veces. La primera con curiosidad, luego con angustia, ahora… ahora no la leo, sé cada palabra.
La carta cuenta una fracción de su vida. Un momento congelado en palabras. Una historia, como la de muchos pero suya.
La guardé esperando que nunca viniera a buscarla, pero temiendo tirarla por si finalmente lo hacía. Mi tío murió 3 años después. No la reclamó y nunca hablamos de ello.

Solemos maldecir el tiempo: lo rápido que pasa, lo lento que se vive. Pero es el tiempo quien marcará si un hecho es importante en nuestras vidas. Es su paso el que nos ayuda a comprender y valorar.

Al tiempo, como a la vida, sólo les reprocho sus desplantes. El ponerme en un vagón retrasado que me permite ver pero nunca alcanzar… que me deja con el mal sabor de boca de entender lo que pasa, de encontrar otro tú-mismo, cuando ya no puede ser.

sábado, 11 de octubre de 2008

de necesidades y de ausencias

Hace algún tiempo dijeron necesitarme. A mí, en totalidad: no mi ayuda, ni mi cariño, mis ideas, mis risas, ó mi cuerpo. Fue un rotundo “te necesito”.
Me impresionó. Quizá porque nadie antes me lo dijo, quizá tan sólo por ignorancia.

Necesitar. Un verbo que connota egoísmo, dependencia y al mismo tiempo, por pronunciarlo, valentía y quizá madurez.
Pero la necesidad, como casi todo, tiene grados e implica mucho, poco, nada según cada cuál la interiorice.
Hay necesidades cómodas que son como pedir favores pero con un poco más me presión. Las necesidades enfermizas: esas en que te pierdes y quedas enganchado, “colgado como un cuadro” que dirían Los Secretos. Y luego están las Básicas: aquellas que se precisan para poder vivir.
A mi me gustaría tener de estas últimas y aplicarlas a las personas. Necesitar a alguien como necesito beber agua, pero así, sin más. Dejando que el agua exista sin quedar absorta ante un grifo continuamente abierto. Sabiendo que está. Necesitando que esté. Pero sin ganas de fusionarme o de convertirme en ella.
Me gustaría, pero soy de espíritu flaco.

Cómo saber que necesitas?, estar seguro que sobrepasa el mero gusto, el hábito o la mezcla de ambos? Lo sabremos tras una abstinencia reparadora?. Pero quién en su sano juicio, con la experiencia de haber vivido, se someterá a ésta voluntariamente?
La distancia, que hace reflexionar, nos ha de ser impuesta.

Cuando una persona deja de formar parte de nuestra vida se transforma: en olvido, en pérdida o en ausencia. La primera es inocua, la segunda dolorosa pero asumible. Son la ausencias las que ,como nosotros, se llevan en presente, día a día, tomando un cuerpo que las transforma en Ausencia, con mayúscula, con nombre propio, como la persona que , ya sin duda alguna, sabremos necesitar.

Hace algún tiempo me dijeron y no entendí. Hoy sé que hay cosas que es mejor intuir, aunque nos conviertan en ignorantes.